Una de las principales consecuencias de la globalización es la multiculturalidad. Convivir, con personas de otros lugares del mundo es una realidad de nuestros días.

Una premisa básica a tener en cuenta, es que la cultura es como un molde que nos da forma durante los primeros años de vida y nos acompaña a lo largo de todo ciclo vital. Determina la educación que recibimos a través de nuestros padres, de la escuela y de la sociedad, lo que a su vez condiciona nuestro comportamiento, nuestras ideas y creencias.

Por esta razón, la riqueza cultural que aporta en una pareja el hecho de que ambos miembros sean de diferentes partes del mundo, puede también verse ensombrecida por la dificultad que, a veces, genera adaptarse a las diferencias.

Las relaciones de pareja son siempre complejas y requieren siempre esfuerzo, compromiso y dedicación para conseguir que se afiancen , prosperen y sigan siendo una fuente de satisfacción y protección para ambos miembros.

Las relaciones entre personas de culturas/países/religiones/nacionalidades diferentes son más complejas aún no solo porque se van a enfrentar a los problemas típicos de cualquier pareja, sino porque los diferentes valores culturales, creencias, lenguas, objetivos, expectativas, costumbres,… que cada miembro posee  pueden ser fuente constante de malentendidos y de problemas y van a requerir de un nivel de consideración, reflexión, negociación y habilidades mayor para poder llegar a entenderse. Incluso, el conjunto de ideas, expectativas, deseos y modelos aprendidos determinados acerca de cómo ha de ser una relación de pareja no siempre van a coincidir.

El reto para una pareja que proviene de estos dos mundos va a consistir en encontrar maneras de afrontar y resolver estas diferencias de manera adaptativa, flexible y constructiva. Para ello, es necesario que ambos miembros sepan identificar, aprender y entender los puntos de vista del otro y, aunque no estén siempre de acuerdo, respetarlos.

La pareja ha de aprender a comunicarse de forma clara y evitar malentendidos así como mantener un compromiso real por ambas partes de trabajar constantemente por alcanzar acuerdos y crear un clima dónde ambos puedan ser honestos el uno con el otro; un clima donde se permita la diversidad, y al mismo tiempo dónde cada uno esté preparado para cambiar y adaptarse por voluntad propia y no por imposición. Una relación en la que se potencie lo compartido y se transforme lo diferente en una visión integradora y válida para ambos miembros.

Cualquier relación supone un proceso de adaptación mutua. No se trata de que uno cambie para adoptar la forma del otro, sino de que ambos se amolden sin perder jamás de vista su esencia. En parejas en las que las culturas y formas de vida son diferentes esto se hace aún más evidente.

Negociación, flexibilidad cognitiva, respeto, comprensión y empatía se convierten en requisitos indispensables para que la relación funcione, regalando a cambio un enriquecimiento cultural y personal que, de otra forma quizá, no se adquiriría jamás. Por ello es recomendable no perder de vista todo lo anterior y tener en cuenta lo siguiente:

Cuando alguien cambia de residencia de un punto a otro de la tierra por amor, se tiende a pensar que lo “normal” es estar contento y feliz. Parece que, si es por amor, no está permitido estar triste. Esta idea no sólo es falsa, si no que puede generar dudas innecesarias en la relación. Dejar el lugar de residencia propio para adaptarse al de la pareja, supone ganar en algunos aspectos y perder en otros. Por ello, la alegría de estar junto a la persona amada, se puede ver empañada por la tristeza de lo que se deja. Se trata de un duelo y como tal es necesario vivirlo y respetarlo.

Por otro lado cambiar de residencia implica un proceso de adaptación que tampoco es fácil. Hay que permitirse y permitir vivir el proceso de duelo y adaptación, respetando y validando emociones, apoyando y facilitando el proceso de integración y, sobre todo, comprendiendo y a ayudando a construir un hogar, aún lejos del de pertenencia.

Las familias pueden ser un valor añadido o un hándicap importante. Conocer a la familia muchas veces ayuda a fortalecer los vínculos, a entender más a la pareja y a dotar la relación de aún más sentido. Pero, en otras ocasiones, el choque cultural puede afectar a la relación, bien porque los prejuicios de la familia impidan acercarse a la pareja o a la inversa.

En estos casos no sirve de nada forzar a las personas para que cambien su punto de vista. Hay procesos que requieren tiempo y que, aunque son ajenos a la relación, pueden afectarla. Por ello en estas situaciones, más que nunca, es importante mostrarse unido como pareja, no atacar ni culpar por las ideas de la familia y dejar que el tiempo demuestre que las diferencias étnicas, culturales o sociales no son impedimento para alcanzar la felicidad y el bienestar.

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