En los últimos años la globalización ha transformando la estructura tradicional de la familia. En el mundo, más de 214 millones de personas son inmigrantes y refugiados que dejan a sus seres queridos en el país de origen (UNDP, 2009). En un estudio realizado en E.U., uno de cada cinco niños no ha nacido allí y está siendo criado en el país de origen (Hernández, Denton&MaCartney, 2007; Mather, 2009; en Suárez Orozco, 2011).
La migración se ha convertido en España en un fenómeno de gran relevancia. Desde mediados de los años ochenta, España se transformó de un país emisor de migrantes a un país receptor llegando a ocupar la segunda posición entre los estados miembros de la Unión Europea, detrás de Alemania. En el año 2010, los ciudadanos extranjeros habían llegado a ser el 12,17% de la población empadronada, según datos del Padrón Municipal de Habitantes. En Barcelona, en 2012 la población extranjera empadronada es de un 17,4%, de los cuales el 40% es de origen latino (Departamento de Estadística del Ayuntamiento de Barcelona). Para la población latinoamericana, España se transformó en el segundo lugar de destino después de EE UU (Pedone, 2008).
La demanda de servicio doméstico y de cuidados en las grandes ciudades transformó la manera histórica de migrar, cuando eran los hombres los que se iban a buscar trabajo fuera de sus fronteras y se convertían en los proveedores económicos de la familia desde la distancia. Ahora, por primera vez han sido las mujeres las que migraban.
Las mujeres latinas se han convertido en agentes activos de sus propios proyectos migratorios, transformando la organización familiar y ampliando los caminos vitales de los miembros de la familia implicados en el proceso migratorio. Sus proyectos migratorios varían respecto de los de los hombres.
Pedone ha estudiado a la población ecuatoriana y ha mostrado que mientras los hombres piensan en volver a sus países después de un tiempo en España, las mujeres dirigen su proyecto a permanecer y a reagrupar a sus hijos antes que los hombres (García Borrego, 2010). Construyen estrategias de futuro visualizando las ventajas de que sus hijos puedan vivir en un país socio-económicamente más desarrollado, además de los derechos adquiridos como mujeres, tanto en las relaciones de pareja, como individualmente (García Borrego, 2010).
La feminización de la migración internacional ha provocado que los temas familiares sin resolver en los países de origen vuelvan a ser escenario de cuestionamiento: los roles atribuidos de género, la desintegración familiar, la falta de paternidad responsable, las desigualdades en las relaciones de género y los conflictos generacionales (Pedone, 2008).
Características de las familias reagrupadas
Cuando la migración comienza y las familias se ven obligadas a separarse esperan que ésta sea lo más breve posible. A pesar de ello, la reagrupación puede llevar años hasta que logren cumplir todos los requisitos legales (legalizar su situación, solicitar la segunda tarjeta de residencia y trabajo, tener una casa con la aprobación de Vivienda, etc.) y tengan suficiente dinero para realizarla (Bernhard, et al 2005; Bernhard, Et al 2008; Gómez, 2008). Y aunque les gustaría realizarla conjuntamente, ésta se suele hacer de uno en uno y en función, frecuentemente, de las edades de los hijos: mientras más cercanos a la mayoría de edad, más es la prisa para reagruparlos.
En la separación pueden resultar interrumpidos los canales emocionales que se entretejen en la cotidianeidad y que les hacen compartir un sentimiento de pertenencia al sistema familiar. Una nueva mirada hacia el concepto de familia se abre paso, donde los miembros que la integran van más allá de la presencia física y la psicológica. Donde los roles se comparten, incluidos los maternales (Falicov, 2007).
El estrés relacional es casi inevitable y, muchas veces, pasajero precio de la migración. La exposición a la nueva cultura influye inevitablemente en el cambio de los roles familiares y sus relaciones (Falicov, 2007), es decir, la organización familiar se transforma.
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